Difícil es (fue) para mi enfrentarme a uno de mis miedos más incómodos: el(los) baile(es).
Sí, aunque no era (es) uno de esos miedos realmente aterradores, es (era) un miedo que me perseguía al verme enfrentado al fenómeno social que es el(los) baile(es). Sí, un fenómeno, o varios fenómenos dentro de uno. ¿cómo tanto? Así tanto. ¿por qué tanto? Por muchas razones.
Una de las razones más evidentes quizá, es que en un gran porcentaje (para no ser injustos con algunos) los hombres de varias generaciones tenemos muy poca posibilidad de desarrollar el lenguaje corporal, de hecho a muchos se nos reprimió desde distintos ámbitos cuando niños y nos seguimos autoreprimiendo cuando crecemos, no nos llevamos muy bien con nuestro cuerpo en general, siempre está siendo objeto de calificativos y ridiculizaciones (el flaco, el gordo, el cabezón, el orejón, etc.) o simplemente lo suprimimos e intelectualizamos todo (casi) para estar a salvo del error que puede traer dejarnos llevar por algo que no conocemos bien. En este sentido, el baile nos conecta con todo lo que suprimimos alguna vez. Con nuestra respiración, la gravedad (sí, la fuerza de gravedad), nos obliga a relacionarnos con el espacio, con la música (desde otra perspectiva distinta a la de un/una músico/a). Nos conecta y en algunos casos nos responsabiliza de otros y otras. ¿Por qué digo todo esto? Porque estoy bailando y me siento bien, tengo (tenía) ese miedo, pero me siento feliz por un buen rato. Como pseudo terapeuta que soy les receto desencadenar la cadera, les cambiará la vida.
Agradecimientos a: Dani por aceitar mi cadera por primera vez, a Anto por invitarme a ser su pareja de baile y a la profe que es tan buena profe.